viernes, 21 de octubre de 2011

Camisetas clásicas: en la piel del gol


Ni un tacón, solo medio regate y siempre dentro del área. No busques sutilezas entre mis hazañas. Escogí un camino más práctico. La aparición por sorpresa, los tiros que salían rebotados por el larguero, disparos que desviaban los contrarios, rechaces, empujones, resbalones, tropezones… No importaba cómo. Chutar más que pasar y marcar más que chutar. Después todo el mundo se lo preguntaba: Who put the ball in the Chelsea’s net? El asesino con cara de niño. Alguien de quién nunca podrías fiarte. ¿Dejarme un metro? Eso a los delanteros que sólo tienen una pierna. Cada jugada requiere un tipo de remate determinado. Hay quien la recibe y quiere terminarla a su manera. En mi caso, si caía a la izquierda la pegaba de zurda, si caía en la diestra, con la derecha. ¿Qué más da, de primeras o previo control? Cuando viene alta se cabecea, por abajo se barre el balón. Si conviene se le pega con el muslo. Who put the ball in the Fulham’s net? El sustituto fantástico. Entrar para marcar. Apenas cuatro temporadas como titular, el resto saliendo desde el banco, y sumé 126 tantos con los diablos rojos. Aquí están. ¿Veis? Ni un toque más de la cuenta, siempre atento a los errores del contrario. Un manual para el joven goleador. Un ejemplo. Si el rival está preparado, escóndete. Quizás detrás de Kuffour. ¿A quién le marcan dos goles de saque de esquina en tres minutos? ¡Tres minutos! Es complicado, pero el gol se pierde rápido. Hay que estar preparado. El Bayern de Múnich concede otro córner. Ferguson mira el reloj. Sirve Beckham, primer palo, ruge la marea roja en el estadio, el balón va rapidísimo, peina Teddy, se acerca el cuero, alargo la pierna, punta de la bota… Who put the ball in in the Germans net? Ole Gunnar Solskjaer.


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Una expresión inquietante, indescifrable, como queriendo esconder las cartas que me quedan. Una larga zancada acompañada por un movimiento de hombros harmónico. Hubo una época en la que era imbatible. Rapidez y potencia, frialdad ante la potería. No anotaba con violencia, no hacía falta, bastaba con engañar al portero o anticiparse al último defensor. Como en los penaltis: partir de lejos, larga carrera, interior del pie y pase a la red, pase a la red, pase a la red. Una confianza ilimitada en Milán, pese a un par de años menos productivos en cuanto al gol. ¿Qué pasó en Londres? ¿La pérdida de la velocidad? ¿Sólo con eso se destruye a un héroe? Pasé del primer nivel al ostracismo, a un retiro triste sin las cualidades de las que presumía. Me dejé melena. Un gol de vez en cuando. De mi primera imagen en Italia, en el campo embarrado del Lecce, bregando continuamente con los centrales, pasé a la categoría de goleador sofisticado. El que aparece de vez en cuando, resolutivo pero no protagonista. Eso sí, conservando esa mirada enigmática. Ojos de boniato. Paso despreocupado hacia los once metros. Buffon no sabe dónde mirar. Seguridad. Seriedad. Miro al árbitro. ¿Ya? Morderme el labio, empezar la carrera fuera del área, interior del pie, a la izquierda del italiano… pase a la red. La Liga de Campeones de Andriy Shevchenko.
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