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Anoche a todos nos
conmovió la gesta del Mirandés. Afortunadamente, unos días antes a
alguien se le encendió una lucecita en el cerebro en Mediaset, se
hicieron con los derechos del partido de vuelta entre el cuadro
rojinegro y el Espanyol y todos disfrutamos de un partido de fútbol
puro. Sin polémicas, sin malos rollos, con todos los ingredientes de lo
que es el fútbol en la inmensísima mayoría de lugares del mundo y con
una culminación épica.
En Anduva, un pequeño campo de Segunda ‘B’, unos cuantos miles de aficionados desafiaron al frío y a la lógica del deporte para acabar celebrando sobre el césped con sus héroes, que a su vez muchos de ellos serían amigos entre sí. Las imágenes televisivas posteriores son preciosas: la gente abrazando y fotografiándose con Pablo Infante, el ‘banquero futbolero’, alma mater e insignia del equipo. César Caneda, único jugador del plantel que ha jugado en Primera, había llevado el éxtasis a las gradas unos minutos antes con su cabezazo en la agonía del descuento.
Nada tan humano como la espontaneidad de los personajes festejando con su gente sobre el tapete, en el vestuario luego, con naturalidad, eso que tantísimo echamos de menos en el actual fútbol de superélite donde hasta las celebraciones parecen mecanizadas. El de anoche es otro grito al cielo de ese fútbol puro que aún sobrevive pese a las muchas penurias, la base invisible que nos permite disfrutar de la vorágine que supone el deporte-negocio de hoy en día.
En Anduva, un pequeño campo de Segunda ‘B’, unos cuantos miles de aficionados desafiaron al frío y a la lógica del deporte para acabar celebrando sobre el césped con sus héroes, que a su vez muchos de ellos serían amigos entre sí. Las imágenes televisivas posteriores son preciosas: la gente abrazando y fotografiándose con Pablo Infante, el ‘banquero futbolero’, alma mater e insignia del equipo. César Caneda, único jugador del plantel que ha jugado en Primera, había llevado el éxtasis a las gradas unos minutos antes con su cabezazo en la agonía del descuento.
Nada tan humano como la espontaneidad de los personajes festejando con su gente sobre el tapete, en el vestuario luego, con naturalidad, eso que tantísimo echamos de menos en el actual fútbol de superélite donde hasta las celebraciones parecen mecanizadas. El de anoche es otro grito al cielo de ese fútbol puro que aún sobrevive pese a las muchas penurias, la base invisible que nos permite disfrutar de la vorágine que supone el deporte-negocio de hoy en día.
No seré tan hipócrita de pedir lo mismo en el futbol contemporáneo. No es posible. Pero si podría ser más humano, menos superficial. Obviamente todo el que ha llegado hasta las cotas más altas del futbol por endiosado que esté tuvo que sufrir lo suyo, pelear en campos de tierra y superar infinidad de obstáculos hasta llegar a lo más alto.
El dinero, la fama, las constantes loas de aduladores salidos de cada rincón y el acoso de prensa y parte de la afición acaban creándole una fobia al futbolista profesional que lo aleja de sus orígenes, creándole un escudo protector que los hace inaccesibles. Por fortuna, hay excepciones (cada día más escasas) y no todos son así. Hoy, los que amamos este deporte podemos vanagloriarnos con orgullo del Mirandés como lo hicimos en su día del Novelda, Figueres, Toledo o Numancia, gestas que renuevan la ilusión que nos ha llevado a tantos a hacer del fútbol un modo de vida. Felicidades Miranda de Ebro.
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