viernes, 29 de junio de 2012

Azzurro




Mario Balotelli corre liberado. Por su rictus, nadie diría que en su fuero interno acaba de estallar de felicidad y que ha conseguido disparar la euforia por los hogares de toda Italia. Él es así. Acaba de soltar un latigazo incontrolable contra la meta de Manuel Neuer y la azzurra ya ve de cerca el sueño de la final. En un gesto de rabia, de soberbia, de superioridad y de éxtasis, todo en uno, el punta de origen ghanés se desprende de su camiseta, la lanza al cielo de Varsovia y proclama, en una estampa inolvidable, que aquí está porque ha venido. Esa camiseta que vuela, esa camiseta que ahora Balotelli ha despreciado en favor de su torso tallado , es una camiseta sagrada. Una camiseta que toda Italia venera. Una camiseta que todo el planeta futbolístico admira y respeta. Quizá, junto con la albiceleste y la canarinha, la camiseta más inmediatamente identificada con el éxito de todo el mundo.

Esa camiseta mítica, que luce un color que ni tan siquiera aparece en la bandera de la república italiana pero que todos identifican rápidamente como el más italiano de los colores, no fue azul hasta que, en homenaje a la Casa Real de Saboya, dinastía reinante en Italia en el momento de la unificación del país en 1861, Italia dejó de vestir el color blanco (actualmente propio de la segunda equipación transalpina) para pasar a emplear el azurro, color fuertemente ligado a la citada familia. Era el año 1911. De azul, Italia ha ganado cuatro Campeonatos del Mundo y ha levantado una Eurocopa pero, sobre todo, ha construido una leyenda irreprochable, dibujada a base de trazos de todos los grosores y empleando muy variadas técnicas. Aupando a la categoría de mitos indiscutibles, independientemente de su nacionalidad, a futbolistas a los que es difícil imaginar vestidos de un color que no sea el azzurro.

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